Amado por muchos y odiado por otros tantos, la figura de Steve Jobs, el cerebro tras el titán de Apple, sigue influenciando al sector y a la sociedad aun tras su fallecimiento. Dotado de la sinergia que confiere la espiritualidad y la ambición, Jobs representa ese pulso filosófico que subyace en cada recoveco de nuestras vidas. Vidas cuyo fin, según predicaba Jobs, son el mayor pretexto para crear y vivir.
Carne de liderazgo
A pesar de que una jerarquía dotada de una flexibilidad colectivamente beneficiosa sea el resorte que mantiene el rumbo de los grandes visionarios, la figura del líder es, sin duda, muchísimo más determinante que la del jefe convencional. A diferencia de quien se limita a coordinar el movimiento de un grupo hacia un objetivo, el líder es aquel que se sitúa ante la adversidad, cargado de iniciativa, sacrificio y, sobre todo, ejemplo. Una figura, asimismo, que ejemplariza en la historia de la humanidad ese cliché del cine norteamericano del “individuo hecho a su medida”.
Si lo que buscamos es una representación fidedigna de aquella historia de superación personal que nos arranca una lágrima y nos inculca los valores del esfuerzo, la vida de Steve Jobs es su buque insignia. Artífice del imperecedero imperio de Apple, aclamado por muchos y odiado, y no sin razón, por otros tantos, Steve Jobs representa en nuestra era uno de los mayores frutos de la competitividad en la carrera de la innovación. Acusado de usurpar ideas a lo largo de su curso en la industria, en un mano a mano con titanes como Bill Gates o la consolidada Samsung, el interior del mago tras la manzana guardan más relación con la filosofía y el negocio que con la informática.
De la complejidad al minimalismo
Posiblemente a causa de su viaje espiritual a la India en los ’70, a la par que comenzaba a trabajar para la empresa de videojuegos Atari, Steve Jobs desarrolló un trasfondo intelectual ligado a la contracultura que, más adelante, popularizaría su presencia entre los más jóvenes. Fruto de ello lo es también su aspecto desaliñado, apareciendo en cada presentación de Apple con su inmutable jersey negro y unos tejanos, y que conseguirían desvincularlo de la estética de los magnates del sector. Ello, no obstante, no sin haberle garantizado convertirse en el millonario más joven en el año 1982, en unos inicios de la compañía que, en diez años, tenía ya 4.000 empleados.
Criado en la austeridad y en adopción, los diseños de Jobs, y todavía hoy con más atino, se han centrado en un minimalismo que le resta complejidad al asunto informático. Del mismo modo, y aunque siempre existieron precedentes de otras firmas de los productos de Apple en el mercado, Jobs predicaba que “innovar no significa dar pasitos, sino saltarse las curvas”, en referencia a la apuesta por la pantalla táctil y la eliminación de los teclados en los móviles.
La informática como arte
Influenciado y seducido en el mundo de la informática por las charlas de Hewlett-Packard, otra de las firmas más consolidadas del mercado, Jobs supo lidiar con su dimisión de Apple a mediados de los ’80 por diferencias irreconciliables con su entonces director ejecutivo de la compañía, John Sculley. Tras remachar su posición como visionario, tras la fundación de Pixar y de NeXT Computer, que a pesar de su acogida poco entusiasta influenció en la evolución de los sistemas operativos, suretorno a Apple en los ’90 fue toda una declaración de intenciones. Tal es así, que en 1997 consiguió ser nombrado director interino y trazar su plan.
En ese momento, Jobs se centró en perfeccionar el sello lanzando al mercado productos como iTunes Store, iPod o iMac con lo que rebasaría por goleada el éxito en el mercado ganándose la calificación de directivo ejecutivo del año en 2009 por la revista Harvard Business Review. ¿El motivo? En sólo 12 años, incrementó en 150.000 millones el valor en bolsa de Apple. Algo sólo posible gracias a esa mezcla de excentricidad e ingenio tangentes a la catarsis artística y que, de hecho, según uno de sus exempleados, Guy Kawasaki, aconsejaba a sus trabajadores. Fomentando, además, creer en uno mismo por encima de los expertos.
Una estrategia y un estilo de vida
Sin lugar a dudas, la influencia que ha dejado Steve Jobs como huella en el mundo recorre todos los ámbitos inimaginables de la sociedad y la tecnología contemporáneas. Incluso es posible, a día de hoy, hallar computadoras cuyo diseño roza el plagio con la estética de Apple, dado que éste es ya un señuelo publicitario por sí mismo. De hecho, una de las estrategias de marketing de la compañía pasa por permitir exhibir gratuitamente sus productos en películas. De este modo, Apple condiciona la elección de atrezzo de una productora en beneficio propio y sin coste alguno.
A pesar de que el desacomplejado mundo de la filosofía haya confinado a sus más ilustres mentes a las reliquias del pasado, Steve Jobs se erige como efectiva rara avis entre la filosofía del negocio y la mercadotecnia más actuales. Un genio que se sirvió de su agudez y de las flaquezas del sector que lideró con una intachable popularidad hasta su muerte de cáncer en 2011. Recordándonos que ese mismo pretexto de ineludible muerte para todos es, precisamente, lo que debe empujarnos a crear y a vivir.